lunes, 10 de marzo de 2014

Tiempo y eternidad

La huida del tiempo ha sido cantada por todos los poetas. Cuando el filósofo detiene en ella su atención, se asombra ante el paso incesante de todas las cosas. Todo pasa..., y por ello la pregunta se dirige a su existencia, aquí y ahora, ante la inquietud y angustia de la nada, de donde todo viene y a donde todo parece ir. El paso del tiempo engendra la tristeza, porque, con él, la vida se acaba poco a poco; el tiempo nos aparece como una prisión que desemboca en la muerte. Preguntarse por el tiempo es preguntarse por la existencia.
 La palabra «existente» expresa bien esta síntesis de tiempo y ser de la que estamos hechos. 
La aceptación del tiempo es una conquista difícil. Estamos naturalmente aterrorizados por la irreversibilidad de nuestro propia duración, por la perspectiva de nuestra personal corrupción futura,por eso nos gustaría detener el curso del tiempo. En otras palabras, no podemos experimentar el tiempo sin aspirar inmediatamente a lo eterno. Para evitar la ilusión, es necesario partir de datos, es decir, de la experiencia común que todos tenemos del tiempo. Vivimos en el tiempo, y a partir de él nos interrogamos sobre lo eterno.

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