CAPÍTULO 6.
"No está mal una buena mentira cuando defendemos con ella una buena verdad". Jacinto Benavente.
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Año
2037.
Estaba nerviosa porque en unos días tenía que dar una conferencia
importantísima en Nueva-Delhi (India), sobre el primer tomo de Relativo, El conocimiento indio.Irían
expertos de los cuales hablaba, debía hacerlo lo mejor posible porque
además la grabarían, llevaba meses preparándola, tardaría horas en
explicar el libro y a eso debía añadirle el tiempo dedicado a preguntas.
Además, algunos compañeros de trabajo me dijeron que Abhijat uno de los
personajes más ilustres que aparecía en el libro asistiría a la
conferencia, por lo tanto, tenía que estar lista para poder responder a
toda clase de dudas.
Dudas
que esperaba no me recordaran demasiado a Evaristo y su espantosa
muerte. Sabía que Salila la consiguió en India, pero lo que no sabía era
si conoció personalmente a los pensadores sobre los que hablaba en Relativo. Había
algunas descripciones bien conseguidas, como la de Abhijat, con una
media luna tatuada en la mano, entre el pulgar y el índice, y un gran
bigote negro.
La
noche de antes de coger el vuelo, mi marido me comentó que había llamado
alguien preguntando por mí y que no le había dejado ningún recado. Me
pareció extraño, quizás era uno de mis compañeros de trabajo para
decirme algo que no sería tan importante. Pero cuando me reuní con ellos
en el aeropuerto, después de despedir a mi familia, me confirmaron que
no fue ninguno. Decidí no darle importancia. Llegamos al hotel donde
sería el evento y el equipo técnico comenzó a prepararlo todo para el
día siguiente, asegurando que funcionara correctamente, ante el
pronóstico de tormenta. Yo mientras tanto, repasé lo que iba a decir.
Cuando por fin llegó el momento de salir al escenario, ante cientos de
personas, miré el anillo de quien verdaderamente era el éxito,
recordando porqué hacía lo que hacía. Ahora yo era su voz. Salí al
principio nerviosa, pero en seguida cogí confianza y lo hice tal y como
lo había ensayado. No reconocí a nadie entre el público, casi todos los
hombres llevaban barba o bigote, además no se puede escapar al paso del
tiempo, habrían cambiado mucho. Concluí con una frase célebre de
Evaristo y me sentí completamente realizada cuando el público se puso en
pie y aplaudió tan alto que tuvieron que desconectarme el pinganillo
para que no me estallaran los tímpanos. Las preguntas, afortunadamente,
no se alargaron mucho, ni fueron complicadas.
Una
vez finalizadas, fuimos a una estancia continua a la sala de
conferencias y celebré con mis compañeros lo bien que salió todo. Me
presentaron a personas importantes que me felicitaron por mi excelente
trabajo y conversamos con otras muchas. Cuando me dirigí al camarero
para coger una copa de Champán de la bandeja, me sorprendió un hombre no
demasiado mayor con tatuaje y bigote cano, refiriéndose a mí con
amigabilidad. Por lo que pude observar se trataba del famoso Abhijat,
que iba acompañado de un hombre que me resultaba extrañamente familiar.
Conversamos tendidamente. Había
un tema en el libro que no me había quedado muy claro, por eso, al
explicarlo lo hacía resumidamente. Entonces le pregunté a Abhijat, a ver
si él podía resolverme ese detalle que no me cuadraba. Al tratarse del
conocimiento indio no tuvo problema en contestar, pero el compañero de
al lado, completó su respuesta con algo que aparecía en el libro. Solo
una persona que hubiera leído y estudiado toda su filosofía sería capaz
de saberlo. Quedé estupefacta ante esas palabras. Me llevó a pensar
que sería un gran fan suyo. Seguimos charlando y seguía con la
idea de que me sonaba ese hombre.
Me
llamó un compañero para felicitarme, y disculpándome me retiré un poco
de los dos hombres con los que estaba hablando, dirigiéndome a éste le
agradecí su felicitación. El hombre que me resultaba familiar se
marchaba, se le cayó del maletín el paraguas, fui tras él pero se
dirigía hacia la puerta a toda velocidad, corrí hacia él, no parecía
importarle mojarse, le llamé varias veces como pude, pues no me dijeron
su nombre, cruzó la esquina, cuando llegué a ese punto había avanzado
bastante, no podía haber ido andando, corrí tras él, cada vez más
intrigada, hasta una casa que tenía la luz encendida. Llamé a la puerta,
esperando encontrarlo allí, nadie me abrió y además se apagaron las luces.
Al día siguiente, por ser domingo no había vuelos y tenía que permanecer allí hasta el lunes a medianoche.
Por la mañana, fui de nuevo a aquella casa y esta vez sí me
abrió la puerta. Tenía un aspecto informal que en comparación a como iba
vestido el día anterior parecía una persona diferente, aunque seguía
sin saber quien era. Le entregué su paraguas diciéndole que se le había
caído cuando salía de la conferencia y con un simple gracias me cerró la
puerta. Era un hombre raro y misterioso y por ese motivo no me iba a
volver a España sin descubrir quién era y qué ocultaba. Me fui al hotel en el que me hospedaba y
empecé a recoger mis cosas. Después
de terminar de hacer la maleta me fui a dormir. A la mañana siguiente,
fui a buscar a ese hombre y por fin acabar con mi duda existencial. Mi
primera preocupación era si me iba a dejar pasar, la segunda, qué le iba
a decir y la tercera, si me había obsesionado con alguien que en
realidad no tenía nada que ver conmigo. Llamé y me abrió. Al verme otra
vez allí sonrió y sin dejar que le dijera nada me invitó a pasar. Me
dijo:
Marta,
sabía que volverías por aquí, te conozco demasiado. Te llamé para
vernos y tu marido me dijo que no estabas en casa. Como no pude
contactar contigo decidí contarte todo en persona aquí, en la India,
donde comenzó todo, donde encontré a Salila y decidí que ella acabaría
con mi vida. Lo primero que tuve que hacer fue conseguir un cadáver y no
me resultó complicado porque en la facultad de medicina tuve un trabajo
temporal de traslado de cadáveres donados a la ciencia y me conocía
aquello. Me llevé el cuerpo más parecido a mí y una vez en casa le puse
mi ropa y lo tumbé en mi cama lo que hice fue provocar a la serpiente
para que empezara a devorar el cadáver. Me hice un corte en el brazo y
llené de sangre la cama, el suelo y trozos del jarrón que tiré al suelo.
Intenté hacerte una tarta y aunque no me salió muy bien la deje en la
nevera. Quería disculparme por esto, por no haberte contado nada. Me fui
a la India con mi amigo Abhijat y con él pasé muchos años. Tu te
preguntarás por qué lo hice ¿verdad? Pues bien, mi objetivo era
transmitir al mundo lo que escribí en mis libros para que conocieran mi
pensamiento, y de publicarlos te encargabas tú, confiaba en ti, y
sabía que serías mi voz. También por eso te dejé todo mi patrimonio para
que disfrutaras de él. Me he dado cuenta de que no me equivoqué. ¿Por
qué fingí mi muerte? te lo explicaré con un breve cuento de Enrique
Anderson Imbert:
El poeta la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos poetas que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?
La Fama, sin detenerse, miró al poeta por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:
-Exactamente
dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la
Facultad de Filosofía y Letras, un joven periodista abrirá el primer
libro que publicaste y empezará a tomar notas para un estudio
consagratorio. Te prometo que allí estaré.
-¡Ah, te lo agradezco mucho!
-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.
¡No puede ser, eras tú! ¿Sabes lo que me dolió tu muerte? ¡Tus padres piensan que estás muerto! ¡¡Y encima no me contaste nada!! ¡Responde! ¡Te he dicho que me respondas!
Por mucho que insista sé que la contestación nunca llegará. Vuelve a ser lunes y sigue en el sofá sin querer escuchar a nadie.
Sandra Herrera Cabello.
María José Hernández Lloret.
Este es el último capítulo de nuestra novela. Espero que os haya gustado. Si tenéis alguna duda, dejad un comentario con vuestras preguntas. Muchísimas gracias!!! ;)
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