Buenas, quería informarles de que si están de paso por nuestro blog buscando información para resolver alguna duda de filosofía, es el lugar ideal. Pero además, si le dedican un minuto más a curiosear por el blog encontrarán una novela, no muy larga, llamada RELATIVO. Trata de un personaje muy particular e impredecible que ha vivido muchas experiencias y de su compañera, quien un día presencia un hecho que le cambiará la vida. Por supuesto el tema de la filosofía está presente. La escribimos dos de las participantes: Sandra Herrera y María José Hernández. Así pues, pueden entretenerse además de informarse, les recomiendo que la lean y dejen con total confianza sus comentarios. Gracias por visitarnos.
Capítulo 1.
Vuelve a ser lunes y sigue en el sofá sin querer escuchar a nadie. Ahora mismo no sé qué hago trabajando aquí, para alguien que ni me escucha. Bueno... sí lo sé, necesito el dinero, no puedo permitirme abandonar la carrera. Resulta un poco insoportable escucharlo tararear a todas horas, pero ya me voy acostumbrando, esto cada vez se hace menos pesado.
Recuerdo el día que vi el anuncio en el periódico: Se busca limpiadora para domicilio particular en Alcalá de Guadaíra, Sevilla. Jornada de tarde. Horario y precio razonables. Tlf: ----------. Preguntar por Evaristo. Una de las razones por las que tomé la decisión de llamar fue que está a 20 min de Sevilla y además estaba desesperada porque me habían denegado la beca para la universidad el segundo año. Normal, me habían quedado la mitad de las asignaturas gracias a mi irresponsabilidad. Mis padres me dieron la oportunidad de estudiar y tener un buen futuro y yo la desaproveché por un tío que no me convenía para nada. Suspender me abrió los ojos y lo dejé. Comencé a estudiar en serio el segundo año todas las que me habían quedado, pero ya no contaba ni con la beca ni con la ayuda de mis padres. Estuve todo el curso tirando de mis ahorros y no podía seguir así.
Me cogió el teléfono un hombre de voz grave y acento madrileño y sin darme explicaciones me citó en la cafetería La Dolce Vita a las cinco de la tarde. Llegué y había un hombre de unos 35 años en la esquina mirando pensativo a la ventana tarareando La lluvia, de María Villalón. No sé porqué pero supuse que era él. Tomamos café y conversamos sobre las condiciones del trabajo. El horario me venía bastante bien, de lunes a viernes y de cinco a ocho de la tarde. El sueldo no era muy alto pero sí lo mejor que me habían ofrecido por el momento. La primera impresión no fue muy buena, parecía un hombre desaliñado y distraído.
El primer día fue el peor de todos. Tenía la casa patas arriba: sobras de comida basura por todas partes, ropa sucia, por los cristales no penetraba la luz del sol, el ambiente estaba cargado de humo de tabaco y para colmo ¡tenía una serpiente en la cama! Al día siguiente me pensé dos veces el volver. Lo hice porque ya había firmado el contrato y no tenía otro remedio. Y así hasta hoy, un año después, pero ya estoy curada de espantos.
Aún así me sigue molestando que los lunes cuando llego no me dirija la palabra después de estar sin mi todo el fin de semana. Creo que si dejara de trabajar aquí le resultaría indiferente. Los martes milagrosamente cruza algunas palabras conmigo sacando su lado más amable. Me gustan esos días en los que debatimos sobre temas filosóficos, por algo estoy estudiando filosofía. También me ayuda con las dudas que me surgen.
Y mientras yo estaba sumergida en estos pensamientos él se había levantado a por su libreta de anotaciones para llevarla consigo al retrete. Con la puerta entreabierta me saludó desde allí. Este hombre tenía unas cosas muy raras; por ejemplo, una vez mientras trabajaba de repartidor de pizzas me quiso regalar la moto de la empresa porque le dije que no tenía transporte para venir a trabajar. Otra vez cuando trabajaba pintando fachadas vino diciendo que había hecho un fresco y lo despidieron. No duraba más de dos semanas en el mismo trabajo. El récord lo batió en el último, de camarero, cuando llevaba dos horas se le ocurrió enseñarles ciencia a unos niños echando en una botella bicarbonato sódico y vinagre. Lo removió bien y fue tal la reacción del experimento que empapó al jefe de la cafetería.
Aún así me sigue molestando que los lunes cuando llego no me dirija la palabra después de estar sin mi todo el fin de semana. Creo que si dejara de trabajar aquí le resultaría indiferente. Los martes milagrosamente cruza algunas palabras conmigo sacando su lado más amable. Me gustan esos días en los que debatimos sobre temas filosóficos, por algo estoy estudiando filosofía. También me ayuda con las dudas que me surgen.
Y mientras yo estaba sumergida en estos pensamientos él se había levantado a por su libreta de anotaciones para llevarla consigo al retrete. Con la puerta entreabierta me saludó desde allí. Este hombre tenía unas cosas muy raras; por ejemplo, una vez mientras trabajaba de repartidor de pizzas me quiso regalar la moto de la empresa porque le dije que no tenía transporte para venir a trabajar. Otra vez cuando trabajaba pintando fachadas vino diciendo que había hecho un fresco y lo despidieron. No duraba más de dos semanas en el mismo trabajo. El récord lo batió en el último, de camarero, cuando llevaba dos horas se le ocurrió enseñarles ciencia a unos niños echando en una botella bicarbonato sódico y vinagre. Lo removió bien y fue tal la reacción del experimento que empapó al jefe de la cafetería.
Para sus 36 años es la persona con menos estabilidad que he conocido. Nunca me habla de cómo fue su vida antes de conocerme. Quizás sea escritor, porque cuando no está escribiendo, está leyendo. Si estaba haciendo algo, lo dejaba para anotar lo que se le hubiera pasado por la cabeza. Alguna vez le he preguntado sobre lo que estaba escribiendo, pero se ha negado rotundamente a contestarme, como si ocultara algo.
Terminé mi jornada y volví conduciendo a casa, preocupada por aquel hombre que no tenía ni idea de labores domésticas y que iba a dejarme de nuevo la cocina hecha un adefesio.
Terminé mi jornada y volví conduciendo a casa, preocupada por aquel hombre que no tenía ni idea de labores domésticas y que iba a dejarme de nuevo la cocina hecha un adefesio.
Capítulo 2.
"Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana". Albert Einstein.
Era un bonito día para leer El hombre que era jueves, de G. K. Chesterton: " Monstruosos dioses de vergüenza acobardaban a los hombres y se estrellaban; gigantescos demonios tapaban los astros pero les abatía el más mínimo disparo. Las dudas, tan fáciles de apartar, eran terribles de resistir. Fuera de ti, ¿quién podrá entenderlo? Dime, ¿quién lo comprenderá?
Las dudas que nos empujaban en la noche, mientras discutíamos acaloradamente, amanecían en las calles antes de que se desvanecieran en la cabeza. Ahora, entre nosotros, por la paz de Dios, ahora, entre nosotros, se puede contar la verdad: Ya hay fuerza para echar raíces, y bondad para hacerse viejo. Al fin hemos encontrado cosas en común, y al fin, un acuerdo y un credo, y ahora yo puedo escribir sin riesgo, y tu, también sin riesgo, puedes leer. "
Era un bonito día para leer El hombre que era jueves, de G. K. Chesterton: " Monstruosos dioses de vergüenza acobardaban a los hombres y se estrellaban; gigantescos demonios tapaban los astros pero les abatía el más mínimo disparo. Las dudas, tan fáciles de apartar, eran terribles de resistir. Fuera de ti, ¿quién podrá entenderlo? Dime, ¿quién lo comprenderá?
Las dudas que nos empujaban en la noche, mientras discutíamos acaloradamente, amanecían en las calles antes de que se desvanecieran en la cabeza. Ahora, entre nosotros, por la paz de Dios, ahora, entre nosotros, se puede contar la verdad: Ya hay fuerza para echar raíces, y bondad para hacerse viejo. Al fin hemos encontrado cosas en común, y al fin, un acuerdo y un credo, y ahora yo puedo escribir sin riesgo, y tu, también sin riesgo, puedes leer. "
Elegí leer este libro por su interesante argumento, e hice bien, porque conforme pasan las páginas me sorprende aún más. Dejé lo que estaba haciendo y me dispuse a alimentar a mi querida Salila, una pitón que me traje de uno de mis viajes a la India. Allí pasé algunos años aprendiendo sobre los distintos saberes con los científicos más humildes y por ello mismo, más espléndidos. Conocí de cerca las ciencias matemáticas y físicas a manos de mi maestro e instructor Abhijat, que significa en indio: noble y sabio. También conocí su cultura y costumbres. La música india me transmite muy buenos recuerdos, como aquella vez que un buen amigo me convenció para vigilar a su hija porque tenía serias sospechas de que se veía con un hombre indio mayor que ella. Y era cierto, pero no por las razones que su mente especulaba, sino por una causa tan inocente como ensayar un musical. Los seguí hasta una calleja donde comenzaron a cantar Nee Mera Dil, de Amrik Singh, o más conocido como Mika, al son de la música que tocaban otros compañeros. Me quedé allí observando ensimismado, escuchando la melodía que me hipnotizaba y me impedía invocar cualquier pensamiento, esa niña tenía talento, fue lo único que le dije a su padre.
Desde entonces la canción vuelve a mí como si el tiempo no pasara. La tengo en la cabeza a todas horas. La canto, la tarareo, la susurro. Me inspira, me relaja, me vicia.
Fueron buenos tiempos, me acogieron con los brazos abiertos cuando no tenía nada. Yo no era más que un adolescente que buscaba fijar sus ideas y entender el mundo a través de la propia experiencia, sin que nadie me inculcara algo que yo no hubiera elegido. Por lo visto mis padres no lo entendían. A los 16, dejé el instituto, por diversas razones, entre ellas la primacía del estudio frente al conocimiento. Me gustaba aprender, lo pasé bien en el colegio, incluso quería ser maestro. Acostumbré a mis padres a notas excelentes y cuando llegué al instituto, siendo un adolescente que empezaba a darse cuenta de las cosas y se hacía preguntas, comprendí que gran parte de mis profesores lo único que querían era que aprobara. Si preguntaba el porqué de algo, respondían con la más odiosa contestación; porque sí. Así pues pasé de estudiar. Porque sí. Mis padres, preocupados ante un cambio tan radical me enviaron a un internado militar, de allí aprendí valores tan importantes como la templanza y la prudencia. En cuanto cumplí los 18 salí de allí, cogí una mochila con algunas pertenencias y algo de dinero. Sin rumbo fijo llegué a parar a un pueblo de Francia, La Haye, donde nació Descartes. Me llamaba la atención su pensamiento y comencé a estudiarlo. Durante unos años estuve viajando, viendo mundo, aprendiendo de verdad. Así llegó Salila a mí. Cuando regresé a España, con 24 años, ya contaba con la madurez que necesitaba para afrontar la vida.
Salila descansaba tranquilamente sobre mi cama, y allí mismo le di el pollo que compré. Justo entonces apareció Marta por la puerta del dormitorio reprochándome como todos los días que la serpiente durmiera conmigo, y exigiéndome que la guardara para que pudiera hacer la cama. No quería verla a menos de tres metros.
Dejé que comiera tranquila y me fui sin obedecer las órdenes de Marta, como hacía siempre. Una cosa es que limpiara la casa y otra muy distinta que se entrometiera en mis asuntos y juzgara mi forma de proceder. Seguía trabajando para mí porque las anteriores se habían despedido y ella me aguantaba después de tanto tiempo juntos. Además estaba estudiando filosofía en la universidad y me gustaba saber que yo era parte importante en la contribución para finalizar sus estudios. La filosofía es pensamiento. El pensamiento es forma de vida. La filosofía, por tanto es, forma de vida. Esta muchacha tiene derecho a elegir su forma de vida, con la ayuda de sus estudios.
Marta se acercó a mí enfurecida y con fuerza me arrojó la bayeta con la que estaba limpiando. Comenzó a gritar histérica una infinidad de frases entre las que a duras penas pude entender que estaba harta de mi desorden, de mi frivolidad, de mi pasividad frente a sus quejas frecuentes, y que se marchaba para no volver. Tras estos segundos de disputa en los que no me dio tiempo de pronunciar palabra, cogió su bolso y se fue por donde había venido, pero esta vez dando un portazo.
Di un portazo y bajé corriendo las escaleras de los cuatro pisos de aquel bloque de mala muerte y conduje lo más rápido que pude, cantando al fin contenta y aliviada, Corazón en la maleta, de Luis Fonsi, que sonaba casualmente en la radio. Me sentía bien conmigo misma por haber dicho lo que sentía después de tanto tiempo aguantando.
Las semanas pasaron y encontré un nuevo empleo, bien remunerado y cerca de casa. Mis notas eran buenas, e hice amigos en la cafetería donde trabajaba. Todo me iba bien, ya me había olvidado de Evaristo, hasta que un día, sin querer entré al servicio sin llamar a la puerta, y encontré a mi padre sentado en el retrete leyendo. Comencé a darle vueltas a la cabeza, a pensar en lo que hice y me sentí culpable por todas aquellas cosas que le dije y la forma en que me marché hace seis semanas. No me despedí, después de estar con él tanto tiempo, de las cosas buenas que hizo por mí, como cuando me pagó el doble en los meses de matriculación, o me ayudaba con las dudas. Sin duda actué mal, fui una desagradecida, tenía que volver y despedirme de él como era debido, dándole las gracias y deseándole lo mejor.
Sin pensarlo dos veces cogí las llaves del coche y fui a casa del que fue mi jefe. Llamé al timbre, pero nadie me abrió. Eran las nueve de la noche, no podía estar dormido, solía acostarse de madrugada. Seguí insistiendo, pero nada. ¿Estaría enfadado conmigo y por eso no abría? Necesitaba pedirle disculpas para quedarme tranquila, así que abrí con las llaves que me quedé y entré. Todo estaba desordenado, como el día que empecé a trabajar para él. Busqué en el salón, pero no lo encontré. Me dirigí al dormitorio y chillé horrorizada por lo que acontecía ante mis ojos. Las lágrimas resbalaban por mi rostro, aunque supongo que en ese momento no era consciente de ello. Salila estaba en la cama como siempre, pero esta vez había triplicado su tamaño. La cama estaba revuelta y las sábanas ensangrentadas. El anillo que siempre llevaba puesto Evaristo residía ahora en un charco granate.
Capítulo 3.
"La muerte está tan segura de vencernos que nos da toda una vida de ventaja." José Piquer.
La cama estaba revuelta y las sábanas ensangrentadas. El anillo que siempre llevaba puesto Evaristo residía ahora en un charco granate. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue llamar a la policía. Estaba nerviosa pero no podía hacer nada, solo esperar a que llegaran. Pude imaginar cómo sucedió la tragedia. Tenía entendido que las pitones eran muy peligrosas por eso nunca quise acercarme a ella. Evaristo debía haberse hecho un corte con el jarrón que había hecho pedazos en el suelo con restos de sangre. Salila lo estranguló y él opuso resistencia porque había cosas tiradas por el suelo. Y después se lo comió. El muerto era él y eso lo sabía porque nunca se quitaba su anillo. Hace tiempo me comentó que para él tenía un valor muy especial porque cuando se marchó de casa se lo cogió a su padre. Era de su abuelo y sin pensarlo lo vendió en una casa de empeños. No tardó en arrepentirse y fue de vuelta a aquel lugar a comprar de nuevo el anillo. Desde aquel momento siempre lo ha llevado consigo. Llamaron a la puerta y yo permanecía en el mismo sitio, de pie, contemplando aquella extraña escena. Abrí la puerta y era la policía. Entraron apresurados y me pidieron perdón por su tardanza. Comenzaron a hacerme preguntas tipo: ¿de qué lo conocía? ¿qué hacía yo allí? ¿cuándo fue la última vez que hablé con él? para obtener algo de información hasta que llegara el médico forense. Sonó de nuevo el timbre y esta vez entró por la puerta un hombre alto, de mediana edad, pelo castaño, nariz gruesa y barba recortada, es un buen amigo de mi padre. Comenzó a fotografiar todos los aspectos de la escena desde la habitación hasta el último rincón de la casa y como pruebas tomó ADN de la sangre que había en la cama y en los pedazos de jarrón dispersos por el suelo. También recogió el anillo del suelo al lado de la cama y lo guardó en una pequeña bolsa de plástico. Fue a comprobar si la serpiente estaba viva porque no hacía movimiento alguno. Una vez corroborado decidieron matarla para poder extraer el cuerpo y así realizar al cadáver la autopsia. El disparo retumbó en toda la habitación y fue muy desagradable estar presente en aquel momento. El forense y tres agentes de la guardia civil se llevaron a la serpiente ya muerta.
Solicité el informe por escrito y por ser para mí, adelantaron el proceso. Llegó al día siguiente, me senté y tranquilamente me dispuse a leerlo.
-NOMBRE DE LA VÍCTIMA: Evaristo Barciela Vega.
-LUGAR: Alcalá De Guadaira, Sevilla a 12 de marzo del año 2015.
-FECHA: 17.41 AM.
-EXAMEN EXTERNO DEL CADÁVER: En la cama, extendido en el interior de una serpiente.
-LUGAR Y POSICIÓN DEL CADÁVER: en la cama del individuo.
-VESTIDO O DESNUDO: Cadáver que se encuentra vestido con: camiseta de algodón, color negra, talla 32, pantalón jean, color azul, talla 42, que presenta zapatos de color negro talla 43.
-DATOS DE FILIZACION: Sexo: masculino Talla:1.80 Peso:80 Edad: 36 Raza: blanca
-HORA DE LA MUERTE: 9:00 AM
FIRMA DEL MEDICO:
A la disposición del señor juez para cualquier información adicional que considere pertinente.
-Firma: Dr. Don Pedro
Después de leer esto, me es extraño pensar que no lo volveré a ver. Todavía permanece en mí ese remordimiento de culpa por haberme ido enfadada de aquella forma tan frívola sin despedirme de él. Mañana entierran su cuerpo y estaré presente para poder decirle todo lo que no me dio tiempo en su momento. Evaristo era laico y una de las veces en las que hablé con él sobre el tema de la muerte, me dijo que le gustaría tener un funeral civil , muy familiar. Nunca había hablado con sus padres, su única familia y ahora era el momento. Les di el pésame, les comente lo del funeral y que me gustaría dedicarle unas palabras. Sin problema me confirmaron que así se haría mañana.
El celebrante nos dio la bienvenida a los presentes, que solo éramos tres y en el momento más espiritual y filosófico de la ceremonia realizó una lectura sobre el tema de la muerte. Después me cedió la palabra y comencé a leer algo que tenía escrito en un papel:
Por mi rostro caían lágrimas, su muerte me había afectado. Lo enterraron y justo cuando me iba a ir un hombre me detuvo.
-¿Perdone, usted es Marta García Castro?
-Sí, ¿ocurre algo?
No señora, solo vengo a informarle de que Evaristo Barciela Vega le ha dejado en herencia todo su patrimonio, ¿puede firmar aquí?
Capítulo 4 .
"La suerte es lo que ocurre cuando la preparación se encuentra con la oportunidad". Séneca.
El día del entierro, después de firmar las últimas voluntades de Evaristo que me entregó el notario, me dirigí hacia casa para descansar y sopesar la noticia, que no me terminaba de encajar. Al día siguiente decidí volver a su apartamento a recoger sus pertenencias y ordenarlo un poco. Mi impresión al entrar fue menos impactante que la primera vez. Me dispuse a hacer la cama y a recoger la sangre del cuarto. Después el jarrón. Luego en la cocina, dentro de la nevera, encontré un intento de tarta en la que ponía con chocolate: "Perdóname". Me sentí como la persona más despreciable de este mundo; iba a pedirme perdón y justo entonces falleció. Le hice una foto a la tarta, probé un trozo y estaba buena. Fui al salón con el plato y me senté en el sofá encima de la libreta de Evaristo. Dejé la tarta en una pila de papeles entre las muchas que había. Cogí la libreta y comencé a leer para descubrir de una vez por todas sobre qué escribía tanto. Las últimas páginas carecían de sentido. Eran frases, unas poéticas, otras enrevesadas, que no comprendía. Sin embargo, en las primeras páginas hallé una especie de esquemas de lo que parecía el pensamiento filosófico de algún autor. El título del primer esquema: El conocimiento indio era el mismo que el que había en la montaña de papeles en la que puse el trozo de tarta que me estaba comiendo. Comencé a exaltarme instintivamente cuando avanzaba en la lectura de esas líneas tan interesantes llenas de filosofía escritas de su puño y letra. No podía ser cierto, esa obsesión por la filosofía, por la lectura, por la escritura... ¡se debía a esto! Pasé toda la tarde y parte de la noche ojeando entre sus papeles,bien organizados con respecto al desorden general de la casa.
El esfuerzo de Evaristo no sería en vano. Contacté con una buena editorial y acordamos la revisión de su obra y si era virtuosa, su posterior publicación.
Un año tardaron en los trámites y la publicación, después de verificar el formidable trabajo de Evaristo. El resultado fueron ocho ilustres tomos de la filosofía de Evaristo Barciela Vega, titulada genéricamente: Relativo.
Terminé mi tercer año de carrera y, por suerte o por desgracia, ya en el cuarto se estudiaba superficialmente su pensamiento. Yo descubrí los papeles y eso me daba cierta satisfacción y a la vez facilidad, porque yo conocía de antemano los libros que planteaban sus reflexiones. Los beneficios que me dio la difusión de sus libros fueron tan grandes que me permitieron no trabajar más mientras estaba estudiando. La patente estaba a mi nombre. Fui invitada a cada uno de los congresos dados en su honor, entrevistas y propuestas de conferencias. No me sentía capaz de realizar estas últimas, no estaba preparada. Estudiar su pensamiento en el último año de carrera era el único impedimento.
Las entrevistas me encantaban. Podía contar el día a día de Evaristo, recordarlo, porque a la gente le gustaba que hablara de ello, les hacía gracia su extravagancia. Además comencé a adquirir soltura y confianza conmigo misma a la hora de hablar ante los medios. Me encantaba la filosofía pero tenía pocas salidas, sin embargo, tuve el presentimiento de que mi vida profesional iba a ir destinada más allá de la enseñanza en un centro docente. Me sentía importante y la más popular.Me alagaba ser la única que podía disolver las dudas sobre el tema. Al terminar la carrera, incluso antes, me ofrecieron un puesto de trabajo como conferenciante que acepté dichosa. Estudiar la carrera, cometer el error de descentrarme y suspender, tener que trabajar y para ello conocer a Evaristo, había sido sin duda lo mejor que me había pasado. No todo el mundo tenía la suerte de terminar la carrera contando con un trabajo importante y a la vez tan apasionante. Ya no adivinaba mi futuro incierto.
Capítulo 5.
"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad".Víctor Hugo.
Conferencia tras conferencia, aprendí cada vez más. Llegué a especializarme en filosofía haciendo un máster y después un doctorado que me llevó muchos años de estudio y dedicación. En el transcurso de esos veinte años conocí al que es el amor de mi vida. Después de tres años de relación maravillosos, decidimos casarnos en la ermita tan conocida de Alcalá de Guadaíra, para que Evaristo pudiera estar presente de alguna forma en ese momento tan especial para mí. Fue una boda muy notable, con 258 invitados y un banquete por todo lo alto en el Restaurante El Jaral. Nos fuimos de luna de miel a Dubai. Tuvimos dos niños que ahora tienen 7 y 14 años.
Tanto por el trabajo, como por otros motivos Evaristo estuvo siempre presente en mi vida. Las conferencias que daba trataban sobre todo del relativismo que me dejó en herencia. Fue una mente privilegiada no reconocida en vida. Murió antes de publicar los libros y ahora yo soy su voz. Por el tema de las conferencias tenía que viajar mucho y pude descubrir por mí misma cosas de las que me habló anteriormente, como el poder de relajación de la música.
Así por encima sucedieron algunos hechos significativos. Corea del Norte inició una guerra nuclear contra Corea del Sur, con la victoria de ésta última, implantando el sistema democrático. Avances científico-técnicos, con el descubrimiento de un nuevo tratamiento efectivo contra el Alzheimer, y en cuanto a las TICs, aulas escolares virtuales, que proporcionaban comodidad para dar clases en comparación con años atrás. Culturalmente, unos especialistas consiguieron restaurar por fin el Ecce Homo.
El cambio climático alcanzó niveles preocupantes para el planeta hace cinco años. El dióxido de carbono producido por la quema de combustibles fósiles destruyó parte de la capa de ozono. El petróleo se agotó y los precios se mantuvieron gracias al uso de la energía solar, mejorando las condiciones medioambientales y sociales.
Fue una época de grandes transformaciones que marcó la segunda mitad del siglo XXI.
CAPÍTULO 6.
"No está mal una buena mentira cuando defendemos con ella una buena verdad". Jacinto Benavente.
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Año 2037.
Estaba nerviosa porque en unos días tenía que dar una conferencia importantísima en Nueva-Delhi (India), sobre el primer tomo de Relativo, El conocimiento indio.Irían expertos de los cuales hablaba, debía hacerlo lo mejor posible porque además la grabarían, llevaba meses preparándola, tardaría horas en explicar el libro y a eso debía añadirle el tiempo dedicado a preguntas. Además, algunos compañeros de trabajo me dijeron que Abhijat uno de los personajes más ilustres que aparecía en el libro asistiría a la conferencia, por lo tanto, tenía que estar lista para poder responder a toda clase de dudas.
Dudas que esperaba no me recordaran demasiado a Evaristo y su espantosa muerte. Sabía que Salila la consiguió en India, pero lo que no sabía era si conoció personalmente a los pensadores sobre los que hablaba en Relativo. Había algunas descripciones bien conseguidas, como la de Abhijat, con una media luna tatuada en la mano, entre el pulgar y el índice, y un gran bigote negro.
La noche de antes de coger el vuelo, mi marido me comentó que había llamado alguien preguntando por mí y que no le había dejado ningún recado. Me pareció extraño, quizás era uno de mis compañeros de trabajo para decirme algo que no sería tan importante. Pero cuando me reuní con ellos en el aeropuerto, después de despedir a mi familia, me confirmaron que no fue ninguno. Decidí no darle importancia. Llegamos al hotel donde sería el evento y el equipo técnico comenzó a prepararlo todo para el día siguiente, asegurando que funcionara correctamente, ante el pronóstico de tormenta. Yo mientras tanto, repasé lo que iba a decir. Cuando por fin llegó el momento de salir al escenario, ante cientos de personas, miré el anillo de quien verdaderamente era el éxito, recordando porqué hacía lo que hacía. Ahora yo era su voz. Salí al principio nerviosa, pero en seguida cogí confianza y lo hice tal y como lo había ensayado. No reconocí a nadie entre el público, casi todos los hombres llevaban barba o bigote, además no se puede escapar al paso del tiempo, habrían cambiado mucho. Concluí con una frase célebre de Evaristo y me sentí completamente realizada cuando el público se puso en pie y aplaudió tan alto que tuvieron que desconectarme el pinganillo para que no me estallaran los tímpanos. Las preguntas, afortunadamente, no se alargaron mucho, ni fueron complicadas.
Una vez finalizadas, fuimos a una estancia continua a la sala de conferencias y celebré con mis compañeros lo bien que salió todo. Me presentaron a personas importantes que me felicitaron por mi excelente trabajo y conversamos con otras muchas. Cuando me dirigí al camarero para coger una copa de Champán de la bandeja, me sorprendió un hombre no demasiado mayor con tatuaje y bigote cano, refiriéndose a mí con amigabilidad. Por lo que pude observar se trataba del famoso Abhijat, que iba acompañado de un hombre que me resultaba extrañamente familiar. Conversamos tendidamente. Había un tema en el libro que no me había quedado muy claro, por eso, al explicarlo lo hacía resumidamente. Entonces le pregunté a Abhijat, a ver si él podía resolverme ese detalle que no me cuadraba. Al tratarse del conocimiento indio no tuvo problema en contestar, pero el compañero de al lado, completó su respuesta con algo que aparecía en el libro. Solo una persona que hubiera leído y estudiado toda su filosofía sería capaz de saberlo. Quedé estupefacta ante esas palabras. Me llevó a pensar que sería un gran fan suyo. Seguimos charlando y seguía con la idea de que me sonaba ese hombre.
Me llamó un compañero para felicitarme, y disculpándome me retiré un poco de los dos hombres con los que estaba hablando, dirigiéndome a éste le agradecí su felicitación. El hombre que me resultaba familiar se marchaba, se le cayó del maletín el paraguas, fui tras él pero se dirigía hacia la puerta a toda velocidad, corrí hacia él, no parecía importarle mojarse, le llamé varias veces como pude, pues no me dijeron su nombre, cruzó la esquina, cuando llegué a ese punto había avanzado bastante, no podía haber ido andando, corrí tras él, cada vez más intrigada, hasta una casa que tenía la luz encendida. Llamé a la puerta, esperando encontrarlo allí, nadie me abrió y además se apagaron las luces.
Al día siguiente, por ser domingo no había vuelos y tenía que permanecer allí hasta el lunes a medianoche.
Por la mañana, fui de nuevo a aquella casa y esta vez sí me abrió la puerta. Tenía un aspecto informal que en comparación a como iba vestido el día anterior parecía una persona diferente, aunque seguía sin saber quien era. Le entregué su paraguas diciéndole que se le había caído cuando salía de la conferencia y con un simple gracias me cerró la puerta. Era un hombre raro y misterioso y por ese motivo no me iba a volver a España sin descubrir quién era y qué ocultaba. Me fui al hotel en el que me hospedaba y empecé a recoger mis cosas. Después de terminar de hacer la maleta me fui a dormir. A la mañana siguiente, fui a buscar a ese hombre y por fin acabar con mi duda existencial. Mi primera preocupación era si me iba a dejar pasar, la segunda, qué le iba a decir y la tercera, si me había obsesionado con alguien que en realidad no tenía nada que ver conmigo. Llamé y me abrió. Al verme otra vez allí sonrió y sin dejar que le dijera nada me invitó a pasar. Me dijo:
Marta, sabía que volverías por aquí, te conozco demasiado. Te llamé para vernos y tu marido me dijo que no estabas en casa. Como no pude contactar contigo decidí contarte todo en persona aquí, en la India, donde comenzó todo, donde encontré a Salila y decidí que ella acabaría con mi vida. Lo primero que tuve que hacer fue conseguir un cadáver y no me resultó complicado porque en la facultad de medicina tuve un trabajo temporal de traslado de cadáveres donados a la ciencia y me conocía aquello. Me llevé el cuerpo más parecido a mí y una vez en casa le puse mi ropa y lo tumbé en mi cama lo que hice fue provocar a la serpiente para que empezara a devorar el cadáver. Me hice un corte en el brazo y llené de sangre la cama, el suelo y trozos del jarrón que tiré al suelo. Intenté hacerte una tarta y aunque no me salió muy bien la deje en la nevera. Quería disculparme por esto, por no haberte contado nada. Me fui a la India con mi amigo Abhijat y con él pasé muchos años. Tu te preguntarás por qué lo hice ¿verdad? Pues bien, mi objetivo era transmitir al mundo lo que escribí en mis libros para que conocieran mi pensamiento, y de publicarlos te encargabas tú, confiaba en ti, y sabía que serías mi voz. También por eso te dejé todo mi patrimonio para que disfrutaras de él. Me he dado cuenta de que no me equivoqué. ¿Por qué fingí mi muerte? te lo explicaré con un breve cuento de Enrique Anderson Imbert:
El poeta la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos poetas que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?
La Fama, sin detenerse, miró al poeta por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:
-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un joven periodista abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para un estudio consagratorio. Te prometo que allí estaré.
-¡Ah, te lo agradezco mucho!
-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.
¡No puede ser, eras tú! ¿Sabes lo que me dolió tu muerte? ¡Tus padres piensan que estás muerto! ¡¡Y encima no me contaste nada!! ¡Responde! ¡Te he dicho que me respondas!
Por mucho que insista sé que la contestación nunca llegará. Vuelve a ser lunes y sigue en el sofá sin querer escuchar a nadie.
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